jueves, 29 de enero de 2009

Gitanos


Recordaré por siempre esa noche de verano en Miraflores, cuando me tocaste sin hacerlo, cuando me llenaste de calma. Quería arruinarlo sabes, pero tú no me dejaste.

Ayer fue un día muy especial para mí. Era la primera vez después de mucho tiempo que abandonaba mi celda. El juez supremo me había dado la oportunidad de volverme a reencontrar con los afectos. Esos que tanto marcaron mi consciencia. No sabía qué esperar de mis ansias, porque éstas empezaban a abandonarme finalmente, empezaba a sentirme tranquilo y seguro de mí mismo. Finalmente empezaba a confesar a todos mis miedos, sin temor a la vergüenza ni al qué pudieran pensar de mí. Ahora estaba muy consciente de las señales, sabía que había otra voz mayor que hablaba a través de las situaciones y los colores, debía yo entablar un diálogo con ella, escucharla y hacerme escuchar. Ella sabría qué decir e indicarme el camino a seguir siempre, la voz me señalaría siempre el momento oportuno para cuándo actuar o no.

Mi vida hasta al momento había sido un completo caos, viviendo recluido en una insufrible prisión, tenía miedo de escapar de ella del todo por el miedo a las maldiciones de los brujos y gitanos que hasta el momento habían alimentado mi vida. Podía haber acabado con ellos, pero entonces –ahora sí- me hubiera convertido en uno más de la célula. En el fondo los respetaba y no renegaba de todo lo aprendido junto a ellos, podía reconocerme en su poder y en la riqueza de sus juegos, en la voluptuosidad de sus emociones y en la ensoñación de sus disfraces. Todo eso era muy real para mí, la prisión no existía ante mis ojos porque podía volar hacía cualquier lugar. Podía crear todo lo que me viniera en gana, podía darme incluso el lujo de perder para volver a nacer. Esa era el principal don que me habían brindado.

Pero ahora necesitaba distancia, mucha distancia, toda la distancia que me permitiera alejarme de ellos y este vendaval de emociones. Quería sumergirme en lo más profundo del mar y respirar la frescura del silencio e inundarme de una insondable paz universal. Quería tener la posibilidad de ser cuando quisiera uno solo y no una persona dispar. No quería jugar al prestidigitador que engalana la noche con la magia de una estrella que aparece cuando golpea con la luz de su credo su sombrero. Solo quería que mis secretos los supiera una sola persona, por eso es que ya no quería más formar parte de su inefable circo.

Ayer fue un día muy especial para mí. No puedo creer que te haya confesado todo esto mientras, hecho un tonto, jugaba a sonarte una y otra vez la nariz y nos comíamos esa lasaña que con mucha dificultad logre digerir. No puedo creer que hayas estado dispuesta –aún sin conocerme- a caminar conmigo por la playa. Me parece maravilloso el saber que se me hace tan fácil el contarte cada uno de mis secretos y que tú me comprendas de una forma tan cabal…

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