domingo, 30 de noviembre de 2008

Pareciera que todo lo que he hecho hasta ahora es esperar por tí...


¿Será acaso mi locura?, se preguntaba. La incógnita dibujaba en ella un adorable gesto que la hacía siempre tan dulce y divertida. Quería saber si ese era su mayor atractivo, porque aún no era del todo consciente del impacto que causaba en los demás con su encanto. No sabía si en realidad era esa exótica fragancia en su personalidad, u otra cualidad suya, la que terminaría por llevarla a la conclusión de un anhelado sueño: El amor. Ahora, estaba empezando a sentirse cansada de saberse especial pero sola. La magia del amor no la alcanzaba. Estaba harta de que el romance aún no hubiera tocado su puerta. Es qué acaso nadie se daba cuenta de lo mucho que lo necesitaba.

Al parecer nada de lo que había conocido la satisfacía. Tal vez llevaba mucho tiempo a la caza de un sueño dorado, y se había dado -una y otra vez- de cara con una realidad fría e insípida que la llevaba de mal traer y que le dibujaba la sonrisa al revés, justo ante los flashes y cuando menos la necesitaba.
Creo que nunca me he enamorado, me dijo en alguna ocasión. Yo me moría de la pena al verla actuar de una forma inusitada y triste. Ya no quería vivir más con ese sentimiento a cuestas. Ahora más que nunca quería saber si el amor es una realidad o sólo una bella canción y un recuerdo que se esfuma.

Disfrutaba mucho viéndola actuar siempre como una chiquilla, siempre tan jocosa, ocurrente y también coqueta. Me encantaba sobre manera el personaje de clown que había desarrollado. Era perfecto en cada faceta y siempre me hacía reír. Era increíble verla jugar con todos e iluminar el ambiente con su encanto; parecía que había llegado a esta ciudad y a nuestras vidas en el momento justo, solo para robarnos el aliento y dibujar sonrisas en nosotros. Era una muñeca dorada bajo el fuego de un enorme corazón, el suyo. Era para todos aquellos que la adorábamos la luz que más iluminaba sobre el firmamento.

Llegó a mi mundo de pronto y de la manera más inesperada. La encontré en una ciudad distinta a la mía, en medio de una soledad que me consumía y casi me estaba matando. Ella estaba viviendo -creo yo- con adolescente impetuosidad sus sueños, y eso me gustaba mucho, porque podía reconocerme en esa imagen que de alguna manera me recordaba tanto a la mía.
Yo no sé vivir si no es por efecto de los ideales, sin ellos empiezo a morir, me repito y quiero creer que es así. Y ella era eso, un real reflejo de lo que yo había sido en otro tiempo y que por los golpes del sentido empezaba a olvidar y dejar de lado. Ella era como un maravilloso espejo sobre el cual podría observarme y empezar a amarme. Es imposible dudar de un sentimiento así, pero me daba miedo pensar en ella en otros términos que no fueran los de la amistad. Ahora, más que nunca, no quería volver a ilusionarme y acabar con el corazón roto.

Recuerdo la primera vez que la vi y traté con ella. Apareció en una discoteca junto a otros chicos que iban a interpretar canciones de uno de los grupos a los cuales guardo mucho afecto y que marcaron una entrañable etapa en mi vida. Ella estaba allí de manera tan natural, lucía jeans gastados, polera verde y zapatillas. No tenía nada de maquillaje en el rostro y llevaba el cabello bien sujeto a una coleta. Nada ostentoso, nada artificial, superficial o fuera de lo común. Solo ella y su encanto. Ella y el brillo de unos grandes y tiernos ojos que iluminaban aquella noche más cualquier reflector dentro de la disco. Ella y un enorme corazón que no cabía más en esa sonrisa y en esa mirada. Ella y un suspiro indiscreto, el mío.

Se acercó a mí sin mayor presentación. Yo quería mantenerme a distancia pero me fue imposible. Cómo poder huir de alguien tan adorable, me decía. Preguntó todo lo que quiso obtuviera o no respuesta. El desaire no la amilanaba. Era auténtica como solo ella sabía serlo. Parece que sabía o intuía algo en mí que me ponía nervioso. Creo que tal vez sentía que de alguna forma coincidíamos en ese lugar por algo muy especial, aún ajeno a nuestra entendimiento. Yo estaba –repito- nervioso y trate de arruinarlo todo pero ella no lo permitió.

Una mágica curiosidad se apoderó del ambiente. Me sentía alterado, era nuevo en la ciudad y ella aparecía como una luz infinita sobre la noche para indicarme el camino a seguir. En ese momento hubiera querido besarla y bailar con ella toda la noche. Hubiera querido olvidarme de las reglas y permitirme un tiempo de lúdica anarquía, y todo por esa bendita e inesperada sensación que me embargaba. Pero no, opté por un prudente control puesto que sentía más de una mirada sobre mí, por ser el forastero extraño y que en ese momento más de uno quería conocer. Aún no sé si hice mal o bien en no revelarle este secreto, aunque siento que lo sabe, porque de alguna misteriosa forma siento que ella puede leer todo acerca de mí.

Empecé a quererla de repente y cada día que la veía se afirmaba más en mí este sentimiento. Me sorprendí de lo mucho que teníamos en común. Nuestros gustos eran muy similares, nuestro entorno y nuestra procedencia también. Yo también me hacía preguntas. Me preguntaba si era ella la que me iba a sacar de este doloroso letargo. Si era ella aquella estrella que anunciaría la llegada de un mundo mejor. ¿Era ella acaso de quién me iba a enamorar finalmente? ¿Será acaso su esencia la plenitud de mi ensueño? No lo sé ahora. Aunque tal vez quisiera que fuese alguien como ella, porque ahora entiendo que no conozco a nadie así.