sábado, 27 de septiembre de 2008

Plegaria


- Dra. Marianne, ¿cómo está? Hace tanto tiempo que no se nada de usted. Fue bueno verla y saludarla el último sábado en ese almuerzo en honor al Padre. Aunque a veces la percibo distante, es inevitable no ver una madre en usted.

- Descuide, estoy acostumbrada a eso.

- …

- Debe existir algún tipo de vacío al interior suyo. Y que tal vez, sin darse cuenta, está buscando llenar.

- Me sorprende el comentario Dra. Agradezco la franqueza.

- …

- Espero no importunarla con estas palabras, pero lo cierto es que he empezado a quererla mucho, a veces siento que no tengo otra opción, jajaja. Es muy importante para mí decírselo, no suelo tener estos detalles a menudo.

- Es el miedo, supongo. ¿Por qué se le hace tan difícil mostrar afecto? Seguro es consciente de que carece de algo muy valioso.

- Sí Dra., es en esos momentos que siento que caigo muy hondo, me pierdo y olvido por completo quién soy.

- …

- Dra., disculpe…

- No, por favor continúe.

- Dra. Marianne, quisiera que rece una plegaria por mí, necesito aprender a dominar mi incontrastable espíritu. He caído preso de un mal sueño que ya no sé cómo controlar. Hay algunas noches en que aparecen fantasmas en el perfecto azul de mi templo. Ellos saben cantar y también saben cómo enamorarme. Seguro por eso no los puedo callar y dejar. Seguro por eso del todo no me puedo encontrar.

- Pobre chico, debes estar sufriendo.

- Descuide, estoy acostumbrado a eso. Pero ya no lo quiero más… Por eso, por favor le pido, rece una plegaria por mí. Necesito urgente danzar bajo el compás de una suave brisa que guíe mis pasos. Estoy seguro que –con su ayuda- lo podré lograr.

domingo, 21 de septiembre de 2008

No puedo dejar de llevarte flores a primera hora de la mañana...

Te amo desde que nos concibieron allí en las estrellas, desde que nos desprendimos del sol para convertirnos en tierra, desde el día en que rondaste mi corazón y te apoderaste de mis sueños, desde el momento en que pude sentir y acariciar tu aliento. Te amo desde que posé mis ojos en el brillo de tu mirada, desde que te sorprendiste con esta loca idea mía de transformar el mundo, desde el momento que te llevaste a la cama mi confusión a cuestas, y me regalaste un poquito de la humildad de tu naturaleza. Te amo por ser bella y por ser madre, por ser niña y sonrisa a flor de piel. Te amo porque respeto tu loca y alucinada filosofía, y te amo vida mía porque cuando te entregas puedo sentir mucho más que la piel.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Caida inversa


Me sentía morir, era como transitar en el limbo de las sensaciones. No tenía ganas de seguir, ya todo para mí estaba consumado. Había perdido sin haber empezado. Eso era lo que mejor hacía, pensaba. En mi mente todos mis ídolos de la adolescencia. El Rock n’ roll, las drogas y las chicas. Luego, el autoexilio, la autocompasión, las palabras de fe y el heroico amor humano casi divino para salvarme. En realidad era la caída inversa hacia el último misterio.
*
-Conozco mis lados oscuros, les decía a todos. Ahora solo me interesa conocer la luz. Ya no más ese argumento. Ahora, con resignación había aceptado a la locura dentro de mi casa. Nunca me había sentido tan solo como ahora. Rodeado de tanta gente, haciendo cosas por ellos, y sin embargo completamente incomprendido. Ya no sé en quién confiar. Todo es dispar. Todo está completamente corrompido. Eso es lo que veo, y me da tanta tristeza.
*
-Solo quiero descansar, digo. Pero eso es mentira, quiero algo que perdure más.

Mi hermana está junto a mí, abrazándome y llorando conmigo, ella piensa que puede salvarme y por eso se aferra muy fuerte a mí. Empiezo a temblar y por un instante siento la ira atravesada en lo más profundo de mis entrañas. Respiro, y siento un corazón latir junto al mío. Entonces el llanto aumenta y los temblores también. Ya no quiero abandonar mi mundo, empiezo a sentirme tranquilo junto a ella. Mi madre aparece de pronto y me trae agua en un bello vaso azul. Silenciosa me mira como si no supiera qué me pasa. En realidad ella sabe lo qué me pasa. Ella lo sabe todo.

-
María -le digo entre sollozos-, tú conoces mi afición al juego. Ella lo entiende y asiente con la mirada. Es ella quién me enseñó a tirar estos dados encantados, y es también ella quien me perdona absolutamente todo.